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30 de enero de 2013

LA SELVA DE LAS SECTAS...

Dejó el catolicismo, peregrinó por grupos protestantes y en Internet decidió volver a la Iglesia



TOMADO DE RELIGION EN LIBERTAD

José Luis Vela es un mexicano formado en la fe católica. No era un hombre que hubiese descuidado sus creencias por otros dioses; no era una persona “del montón”, de fe rutinaria y aburrida; de fe adormilada y cumplidora. No. Era un hombre comprometido con la Iglesia Católica.

Era un apóstol, una persona convencida y, además, convencedora. Un apasionado por Cristo, con vastos conocimientos sobre la Biblia. Sin embargo, algo se cruzó por su camino y tumbó todos estos principios: la soberbia.

Vanagloria y celo sin amor

Durante mucho tiempo se había dedicado al estudio de la doctrina católica y a profundizar en el conocimiento de la Biblia. De hecho pertenecía a un movimiento dedicado a trabajar en esta pastoral. Con el tiempo, lejos de ahondar en el verdadero amor a Jesucristo, sucedió justamente lo contrario: “Este conocimiento había provocado en mí sentimientos de jactancia, arrogancia, vanidad, etc. Sabía -explica Vela- ‘todo’ lo necesario para defender la Iglesia”.

“Entonces el velo de la vanagloria cubrió mi faz y me olvidé del perdón y la misericordia. El celo religioso opacó el amor. La misericordia huyó de mí. Y surgió el juez”.

Y claro, ya no sólo afloraban los errores en las demás personas, en sus grupos, en los herejes, sino que descubrió una Iglesia Católica llena de errores y equivocaciones.

Búsqueda de la iglesia “perfecta”

“El rencor se apoderó de mí, había dejado de creer en la buena voluntad de la Iglesia Católica fundada por Jesucristo. Creía que la Iglesia me había engañado porque yo quería una Iglesia perfecta, sin mancha, ni arruga, casi celestial. No había podido asimilar la paciencia de la Iglesia Católica para con los débiles y los que no tienen conocimientos bíblicos. Me había convertido en un fariseo letrado e inmisericorde”.

Lógicamente, abandonó la Iglesia.

Después de tres años de alimentarse únicamente de la Biblia y sin pisar ningún templo católico o protestante, y tras sufrir una depresión, José Luis optó por buscar un lugar en donde compartir sus conocimientos.

Rechazó las clásicas sectas como los Testigos de Jehová, Mormones, Sabatistas, Cientistas, Luz del Mundo, etc., y empezó a buscar su sitio en las iglesias protestantes.

Éstas eran legión… cada una con su estilo, con su forma, con sus costumbres, con sus libertades y distintos entendimientos de la Palabra de Dios.

En la primera iglesia en la que recayó llegaría a ser el ayudante principal del Pastor. Sin embargo, el idilio duró poco. Duró hasta que por discrepancias doctrinales y de costumbres tuvo que abandonar el grupo.

Prohibido celebrar la Navidad

El deambular posterior entre unas y otras iglesias evangélicas le demostró cómo, cuando entras en su mundo, al principio es todo maravilloso: la acogida, la valoración de las personas, la aprobación comunitaria…

Pero con el tiempo las cosas cambian: aumenta la obligación de acudir a más y más reuniones, y se inicia un proceso de presión psicológica encaminada a fijar de forma estricta la manera de vestir, la categoría de donativos, la prohibición de celebrar algunas fiestas cristianas como la Navidad (la “Saturnalia”, como la suenen denominar), la prohibición de poner el árbol de Navidad…

Lo cierto es que en el caso de José Luis y su familia, el amor primero iba desapareciendo a medida que se implicaban más y más en las diversas iglesias en las que buscaban a Cristo.

José Luis recuerda el fanatismo al que les encaminaban algunos pastores cuando ya estaban dentro: “Le tiré a la basura los juguetes a mi hijo pequeño, pues había oído una predicación en contra de los juguetes de los niños. Mi hijo de 9 años inocentemente aceptó aquello. Lo mismo con las caricaturas de Walt Disney: Todo era pecado”.

Que nos den sus donativos y que sean felices

Quizá una de las rupturas con estas iglesias que más mella hicieron en José Luis fue aquella que sucedió cierto día cuando acompañó al pastor a predicar a una iglesia hermana.

Tras la predicación, “se me acercó una viejecita como de 80 años, delgada y pálida, con su vestido desgastado por el tiempo y calzando unos zapatitos viejos y rotos. Me ofreció un poquito de dinero, unas monedas como ‘ayuda’ pues veníamos desde lejos y ella había oído que era yo casi un pastor. Ella me entregaba su ‘diezmo”.

Sin embargo preferí no aceptarlo, pues ella lo necesitaba infinitamente más: ‘No, hermanita -le dije-, no haga esto. Tome estas moneditas y compre leche para usted, y vaya a descansar, Jesucristo le ama”. Todavía recuerda cómo le sonrió agradecida la señora. Después se acercó al pastor que estaba en otra parte de aquel templo y éste, en cambio, sí le aceptó el dinero.

De vuelta a casa, le comentó al pastor:
- Hermano, yo he puesto mi auto al servicio de la iglesia para salir a predicar, también pago la gasolina y los peajes en carretera. No necesitamos que nos den para gastos. ¿Por qué le tomó usted el dinero a esa ancianita que lo necesita más que nosotros?

El pastor le contestó:
- No te preocupes, ellos se sienten felices cuando hacen esto, así que ¡hagámoslos felices!

Su conciencia no aguantó más. Era el fin y se despidió: “Hermano, ore por mí, yo ya no puedo seguir aquí. Tal vez esté equivocado, pero para mí es mejor seguir mi conciencia que vivir así. No quiero que nadie me siga y se salga de aquí. Yo no promuevo sectas, rencillas, ni división, así que mejor me voy yo”. Nuevamente se quedó solo y sin iglesia.

Cuando la religión se convierte en negocio

Al poco tiempo se encontró con un antiguo hermano que le llevó a su iglesia. Una en la que la alegría y la espontaneidad reinaban por doquier. En donde se compartía la visión de la palabra de Dios con total libertad.

Por esta razón empezaron a llegar predicadores errantes que iban de iglesia en iglesia, pregonando sus doctrinas. De pronto se anunciaba la llegada de un “predicador muy ungido” que hace mucha “oración y ayuno”, con lo que despertaba la expectación en todos los feligreses.

La realidad es que se presentaban todo tipo de iluminados, desde predicadores que enfatizan el fin del mundo o la aparición del 666, hasta los que predican en contra de las caricaturas de la TV. Cada suceso local, nacional o mundial era usado para profetizar calamidades…

Así aparecían gente como Yiye, un hombre de mucha oración y ayuno, en cuya revista se pedía dinero para para sostener su obra evangélica y “poder mandar el Evangelio vía satélite”; o Morris Cerullo que venía directamente de Estados Unidos y que “acepta tarjetas de crédito”…; o J. Miranda que tiene gran “poder de Dios” pues “tira la gente al suelo”…

Evangelistas “internacionales” que de pronto surgían de la nada y desaparecen de la misma forma pero con una buena suma de dinero en sus bolsillos.

La iglesia parecía un campo de batalla, gente cayendo en el altar, echando espuma por la boca, otros repitiendo estribillos y sacudiéndose, otros revolcándose en el suelo, algunos otros entraban en trance y se ponían a bailar ‘la danza en El Espíritu”.

En otras ocasiones a los gritos altisonantes y ataques de histeria, le seguía la rotura de televisores con bates de béisbol para destruir al pecado…

Y en cualquier caso, siempre, se procedía a la recolección de las “ofrendas” de amor: “Necesitamos a unas personas que quieran ofrendar tanto dinero y, ahora las que puedan dar tanto otro…”.

Es un negocio porque no hay amor

La religión se había convertido en puro negocio (1 Tm 6, 10) y la fe en un “culto de los sentidos” donde el sentimentalismo y el mesianismo profético eran los pilares de su doctrina.

Se enseñaba que el pecado estaba en los objetos: en las imágenes, en la música, en la comida, etc.

Finalmente José Luis Vela decidió quedarse solo con su familia y no asistir a ninguna otra iglesia o denominación más.

“Recuerdo el miedo, y la incertidumbre por la llegada del 666, la expectación por el “rapto” que hasta mi hijito fue afectado por el temor a quedarse y no ser de “los elegidos”. A pesar de mis estudios profesionales, del conocimiento de la Biblia adquirido por muchos años y aún de mi sólida formación cristiana, estaba ‘afectado’.
Fui arrastrado por los vientos de las doctrinas de hombres”.

Al salir y buscar nuevas fuentes de formación, José Luis había caído en lecturas llamémoslas ‘impropias’. Su primer libro tenía el sugerente título de ‘Salid de Ella’. Luego vinieron “Las balanzas”, “Estamos de acuerdo Sr. Presidente” y más y más.

Los clásicos protestantes antiguos


Sin embargo también cayeron en sus manos algunos libros antiguos que datan de la época de la Reforma y algunos escritos de Juan Calvino: “Esta antigua obra me instruyó sobre lo que pensaban los primeros reformadores del siglo XVI. Después vinieron otras e, incluso, conocí las 95 tesis de Lutero. Era un protestantismo centrado, ilustrado y en cierta forma justo en sus reclamos a la Iglesia Antigua, que exponía sus razones sin caer en el fanatismo".

“Era un protestantismo ilustrado, devoto de Dios y que amaba las cosas santas, que sólo buscaba reformar las cosas de la Antigua Iglesia. Estos protestantes del pasado, del siglo XVI, no tenían nada que ver con los ‘profetas de hoy’ que fundan ‘iglesias’ por doquier. Por la soberbia de no solventar sus diferencias siguen dividiendo el cuerpo de Cristo”.

La vuelta a la Iglesia Católica

José Luis se metió en internet y allí estableció encuentros con creyentes y no creyentes, católicos y protestantes.

En ese mundo abierto y anónimo en donde cada uno expresa lo que quiere con el anonimato y el desprecio más impune posible, el propio José Luis se vio reflejado a sí mismo: “Ante las acusaciones y ofensas, la intransigencia de muchos, los prejuicios de otros y las ofensas a la Virgen María, Madre de Dios hecho hombre, ante las burlas y carcajadas de algunos que niegan al Espíritu Santo, me vi como en un espejo. Y comprendí que ‘todos hemos pecado’ (Rm 3, 23)”.

Salió de la Iglesia porque estaba llena de pecadores y no encontraba la pureza que esperaba, pero sus vivencias le hicieron reflexionar y dar carpetazo a la búsqueda de Cristo fuera del catolicismo.

Decidió retornar a la Iglesia Católica “porque si tienes algo en contra de tu hermano ve y ponte a cuentas con tu hermano. Dios no escucha la oración si no te has reconciliado; porque Dios perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…"

“En la Iglesia Antigua, Católica, Universal, en la Iglesia de Dios, de todos los tiempos, allí voy a estar. No para condenar, sino para colaborar y dar ánimos a mis hermanos los pobres de espíritu, los débiles en la Fe, los de Fe sencilla que no ‘saben’ de Biblia pero que creen con el corazón”.

8 de enero de 2013

DEL ESCEPTICISMO A LA FE...

¿ATEO, YO? UN RATO…



Cuando pasé a la adolescencia, ya en la secundaria, perdí el interés por Dios y por lo que tuviera que ver con la Iglesia. Había cosas más interesantes y emocionantes en que ocuparse. Y además las Misas eran muy sosas y no entendía nada.

A los 14 años me dije y me creí ateo, al ver las injusticias, las desigualdades, la apatía y la aparente ausencia de Dios, ante absurdos tales como la miseria lacerante de muchos y la opulencia insultante de pocos. No veía la mano de Dios por ningún lado. La Iglesia me parecía aburridísima; así con esa exageración gramatical que usamos en Guadalajara. Iglesia era para mi sólo catecismo, Primera Comunión y Misas enfadosas a las que no les entendía. Cosas para viejitas, según mi forma de pensar de entonces.

Mi desinterés por Dios y lo que con Él tuviera que ver se aceleró cuando un día asistí a una opulenta y cursi boda en el templo de San José –en el centro– y contemplé cómo una ancianita recogía en su rebozo el arroz que les aventábamos a los novios como signo de buenos augurios. No era posible que esta viejecita sobreviviera con aquel arroz pisoteado, sucio y quebrado. Sin saber por qué me sorprendí: Yo a pesar de ser muy “rudo” estaba llorando y profundamente triste. Llegué en cosa de minutos a la siguiente conclusión: “Si Dios por esencia es bueno y esto que veo es en sí mismo muy malo, entonces Dios no existe”. Tenía 14 años y de pronto me sentí de 70, sin esperanzas y con la sensación de estar en un mundo maloliente y vacío, tremendamente injusto. Reflexioné y decidí dar mi lucha en lo único que entonces parecía contar: El mundo de la política. Soñé con un día ser un gobernante justo y honrado que ayudara a los pobres y marginados. Y entré a un partido político al que le dí como tres años de mi vida. ¡Qué error¡

¡ME PESCÓ¡

Pasando unos dos años, por casualidad iba pasando por un templo. Si mal no recuerdo fué a encaminar a su casa a una novia. Oí cantos que venían del interior, pero lo que más me llamó la atención, oí una batería… había jóvenes, muchos jóvenes. Por curiosidad me acerqué –al miércoles siguiente– a la asamblea de oración en Nuestra Señora de Guadalupe en Chapalita. No recuerdo cómo pero poco a poco me integré en aquella asamblea. Al principio me quedé en la entrada, a la semana siguiente, en la última banca, a la siguiente en la penúltima y así poco a poco hasta que –al cabo de unas semanas– ya estaba con los de la música. ¡Cómo olvidar a mis entrañables amigos Nacho, Toño y Alma González, Enrique y Paco Zepeda y otros más¡

Bueno, pues no recuerdo cómo, pero después de unos meses hice mi “Curso de Evangelización Fundamental” y precisamente culminó cuando cumplí 18 años, en 1982. Feliz coincidencia porque fue Día de Pentecostés. Estuvo como asistente el P. Onésimo Zepeda, en ese entonces sacerdote de la diócesis de Cuernavaca, y hoy obispo de Ecatepec, Estado de México. Fue una experiencia excepcional, en la que por primera vez en mi vida sentí la cercanía de Dios y su amor se hizo para mi algo concreto. Puedo decir con certeza que esa experiencia me cambió la vida y fue un verdadero parteaguas, que le dió un vuelco definitivo a mi forma de pensar y ver la vida. Y eso que iba “vacunado” contra el sentimentalismo.

¡DIOS MIO, LO QUE SEA… MENOS ESO¡

En el primer ensayo posterior a tal retiro los compañeros oraron por los que habíamos completado la evangelización. Fuimos 3 si mal no recuerdo. En aquel momento de oración tan intenso, le pedí al Señor que me diera –si quería y si no tenía remedio– los carismas y dones que Él quisiera… menos el controvertido y rechazado “Don de Lenguas”. Incluso llegué a decir abiertamente “creo en todo lo que quieran de Carismas, milagros y demás… pero en eso del don de Lenguas o como se llame, no creo y no lo pido y no lo acepto y no lo quiero porque es para idiotas”. Pues el don que no quería –y en el que no creía– fue el que El Señor me dió. Me sentía ridículo y asustado… y también me sentía idiota… pero feliz, no se por qué.

Recuerdo que empecé a percibir –a mitad del momento de oración– como las mandíbulas me hormigueaban y la lengua se empezaba a “mover sola”, a pesar de mi enérgica resistencia. Les juro que luché con todas mis fuerzas por acallar aquello que surgía de mi boca a pesar de mi tenaz resistencia. En un momento estaba alabando a Dios con unos sonidos inteligibles –que yo tampoco entendía– y que salían a borbotones de mi boca a pesar de mis esfuerzos en contrario. Todos los compañeros se reían discretamente de mi, pues sabían de mis discusiones y argumentos en contra de ese “ridículo” don.