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22 de mayo de 2014

LA GENERACIÓN LÍQUIDA



Charlando con el P. Fray Carlos Badillo O.F.M., amigo y ex-compañero de mis años de franciscano, gracias a su amena e interesante charla, me he topado con dos conceptos interesantes, que ya había oído de pasada pero sin profundizar: ‘El amor líquido’ y ‘La generación líquida’. El Padre Carlos, profesor en la facultad de Filosofía en Zapopan con los estudiantes franciscanos, ha seguido en contacto estrecho con obras recientes de Filosofía.

A medida que lee estas palabras, querido y escaso lector, ¿Qué idea le producen? ¿Qué recuerdos le evocan? ¿En qué piensa?. Abstrayendo un poco de los conceptos comunes, creo que fácilmente se puede pensar en lo contrario a una roca, a lo sólido. ¿Cierto?. Pues si, por aquí va la idea que nos ocupa en este breve escrito. Vayamos a nuestros tiempos de la Prepa… Recordemos nuestras clases de física cuando vimos las leyes de los fluidos, en especial las teorías de Boyle-Mariotte… Nos decían que los fluidos (líquidos y gases) no tenían forma determinada pues tomaban la forma de los envases que los contenían.

Veamos lo que nos dice la Wikipedia al respecto de la idea inicial: “    El Amor líquido es un concepto creado por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, desarrollado en su obra del mismo nombre. Versa acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, para describir el tipo de relaciones interpersonales que se desarrollan en la postmodernidad. Éstas, según el autor, están caracterizadas por la falta de solidez, calidez y por una tendencia a ser cada vez mas fugaces, superficiales, etéreas y con menor compromiso. Aunque el concepto suela usarse para las relaciones basadas en el amor romántico, Bauman también desarrolla el concepto para hablar en general de la liquidez del amor al prójimo.” Lo característico es, entonces, la NO SOLIDEZ del amor.

No me cabe la menor duda: estamos en la época del amor líquido… Pero no sólo del amor, también de las convicciones y por ende de los valores líquidos: todo lo hemos devaluado y puesto en tela de juicio, no sólo los muy jóvenes. Cuando en el proceso educativo de los niños y adolescentes se permite que –para no tener problemas o salir pronto de situaciones difíciles– todo sea cuestionado y cuestionable, los estamos nosotros mismos introduciendo a esa tabla ética de valores fugaces y por ello no contundentes y mucho menos sólidos.

Veo difícil que alguien que tiene valores cristianos sólidos y claros quiera –en forma totalmente consciente– ser parte de esta realidad vital decadente y nociva, aunque atractiva (el no compromiso es el ‘plus’ de esta novedosa ética). Pero se va uno quedando ‘incluido’ en ella a medida que coopera con la misma, voluntaria o involuntariamente. ¿Qué tan válido es que lo que importe no sea por ejemplo el valor de la Misa en sí misma sino el cómo me siento o si estoy cómodo o no? ¿Qué tan válido es que lo que importe no sea el valor de la vida de un no-nacido sino el cómo se sienta la madre? ¿Qué tan válido es que lo que importe no sea el valor intrínseco del matrimonio sino el cómo se sienta uno de los cónyuges? ¿Qué tan sensato es que lo que importe no sea el valor de la vida misma sino los gastos que ocasiona a la familia y el sistema de salud la sobrevivencia de este anciano?

En el mundo joven, la situación no es muy diferente… Con nuestras faltas de consistencia en el proceso educativo –plagado de sentimentalismos huecos que acaban con la disciplina básica del hogar– ellos han aprendido que NADA es para siempre, sienten ser el ombligo del mundo… Las personas, cosas y situaciones “valen” según ellos ‘sientan’ o simpaticen. Pero es lo que les hemos enseñado… No hemos tenido tiempo para educarles ni con las palabras ni con la vida. Los padres de familia han encontrado ‘muy duros’ los valores, insufribles, ‘extremos’, para sus pobres hijos.

Vivir en una sociedad (familia, diócesis, orden religiosa, empresa, grupo…) en la que los paradigmas (valores universales) sean todo y cualquier cosa, menos sólidos, nos lleva necesariamente a la autodestrucción. Entonces –si se adopta este criterio de ‘liquidez’ de todo– no será ya válido educar en nada. Muchos ya lo hacen cuando argumentan: ‘… No vamos a bautizar al niño, que él decida cuando esté grande si quiere bautizarse o no, nosotros le damos la libertad de que crea en lo que quiera…’ Será bueno entonces no darle siquiera un nombre, se le puede conocer por el número de acta de nacimiento que le haya tocado (exagerado, ¿verdad?).

Y sí vivimos en una sociedad que ha decretado –poco a poco y tal vez sin darse cuenta– la ‘liquidez’ de todo, pues entonces ¿qué importancia pueden tener las enseñanzas de Cristo?. Nosotros como cristianos, no podemos ser cómplices pasivos y descerebrados de este auto holocausto que se va fraguando poco a poco frente a nuestras propias narices. Bien denunciaba Benedicto XVI, que el Hombre contemporáneo se ha convertido en ‘adorador’ y buscador compulsivo del bienestar. Proclamemos que el amor de Dios y la Salvación de Cristo son sólidos como la roca. Eduquemos en la incondicionalidad del amor de Dios, la paz y la compasión.

PBRO. ROBERTO SÁNCHEZ DEL REAL