La brujería, el vudú y una creciente invasión de sectas entorpecen el cambio en Haití
Haití es un desastre económico, pero es una superpotencia espiritual. La gente tiene mucha fe. Por desgracia, también abundan las personas supersticiosas. Los religiosos distinguen continuamente entre unos y otros. Para el sacerdote italiano Crescenzo Mazzelo, en el hospital de los religiosos camilos en Puerto Príncipe, la línea divisoria suele estar en la escolarización: “las personas que han ido a la escuela tienen una fe firme, verdadera, pero los que apenas han ido a la escuela viven en la superstición y la apariencia”.
Tiene efectos muy concretos en lo que respecta a la caridad. Los camilos cuidan 30 niños que nacieron minusválidos y su familia los rechazó como endemoniados, o malditos por el demonio. En cambio, las familias bien evangelizadas acogen a sus enfermos. En Haití, por desgracia, existe además la vaga idea de que “Bondyé”, el Buen Dios, el Dios cristiano, es más bien para blancos, y que los negros realistas hacen mejor no en pedir, sino en pactar, con otras “fuerzas”.
“Estaba endemoniada; su madre hacía vudú con ella”
El padre paúl Fredy Elie, sacerdote desde hace tres años y uno de los colaboradores de Manos Unidas en Haití, nos cuenta una historia de vudú. “Hace poco me trajeron una chica que reaccionaba con furia antinatural a los signos sagrados; blasfemaba al acercarse a la iglesia, tenía una fuerza asombrosa, etc… le hicimos una oración de liberación, no hizo falta un exorcismo completo, y la chica se curó. Pero luego fuimos a hablar con su madre, porque supimos que era bruja, que hacía vudú con su propia hija. Le dijimos que dejara de hacer eso con su hija”.
El padre Fredy en estos tres años de sacerdocio ha participado ya en tres casos de liberación de malos espíritus (“aquí los llamamos loas”, dice) y lo asume con naturalidad. “Queremos la liberación integral del hombre, de la persona, liberarlo de la ignorancia, el analfabetismo, la opresión, el crimen, la miseria… y también del Maligno y sus espíritus malos”, dice con tranquilidad. Hace poco que conoce la Renovación Carismática, donde la oración de liberación y la predicación sobre lo demoníaco es más frecuente, y considera que puede tener cierto carisma de liberación porque los casos que atendió se solucionaron sin necesidad de un exorcismo litúrgico, simplemente con oraciones de liberación. De hecho, considera que el padre Jules Campion, famoso sacerdote y exorcista haitiano que predica en encuentros carismáticos, “es un poco exagerado en sus exorcismos” (con lo que quiere decir que grita mucho y usa mucha agua bendita).
El vudú, ¿libera a la mujer?
En Iteca, una asociación agraria que desde hace 30 años trabaja para capacitar líderes y técnicos campesinos, conocemos a Dirk, un técnico agrónomo belga, que lleva 5 años trabajando en Haití con esta asociación. Llegó a través de Entraide et Fraternité, la asociada belga de Manos Unidas en la plataforma católica Cidse (www.cidse.org). Dirk nos cuenta que se alejó de la fe católica cuando visitó el Vaticano con 16 años, y le pareció muy lujoso. En estos cinco año en Haití se ha interesado un poco por el vudú y ha tratado de trabar amistad con un babalao (sacerdote de rango alto) “que vive allí enfrente”. Sin embargo, el sacerdote vudú se muestra esquivo. Dirk alaba el vudú porque cree que, con sus rituales abiertos, su “clero”, “da un papel importante a la mujer”.
Sin embargo, el padre Fredy se enfurece cuando le contamos esta idea. “¿Qué hace el vudú por la mujer? No hace nada. ¿Acaso el vudú pone en marcha agrupaciones agrarias o artesanas de mujeres? ¿Ponen en marcha escuelas para niños o niñas? ¿Capacitan campesinos? No, no hacen nada de todo eso. Es solo brujería, poder, control y estafar y asustar a los débiles. Es esa superstición y esa mentalidad la que impide que este país crezca y mejore”, afirma con contundencia.
Fredy, pese a sus experiencias puntuales en temas exorcísticos, es sobre todo un hombre de acción y organización solidaria, volcado en el estilo paúl de trabajar con los más pobres y una contraparte de eficacia probada de Manos Unidas. En Puerto Príncipe logró levantar una capilla para desplazados por el terremoto, donde celebra misa cada domingo; ha creado una escuela para niños desplazados y huérfanos; ha organizado un grupo de señoras del barrio que se responsabilizan de un orfanato para unos 40 niños que él mismo ha recogido, y trabaja con una asociación de vecinos y otra agraria que coordina su anciano padre en el campo, en la diócesis de Hinche, zona montañosa e interior, fronteriza con República Dominicana.
“Cualquiera con Biblia se autonombra pastor”
Allí, en Hinche, encontramos también al padre Garçon Norvela, párroco de San Antonio de Padua, en el pueblecito de Croix-Fer, en pleno campo. Nos habla de otro problema: las sectas y los autodenominados “pastores”, toda una epidemia desde el terremoto. “En mi demarcación soy el único cura y hay 15 o 20 pastores. Algunos son serios, pero ¿cómo reconocer cuál? Hoy cualquiera puede tomar una Biblia y decir que es pastor. Hay uno en el comité de vecinos que al menos sé que está estudiando teología. Al final, y a riesgo de parecer poco cortés, creo que hasta los más serios pueden ser sectarios”.
Lo mismo piensa su vecino, el párroco de Beladero, Clerziné Crenelys. “Para mí, todo son sectas”, dice. “Te preguntan tu religión antes de ayudarte. Prometen mucho, y engañan a la gente”.
Lo dice con cierta molestia, porque tanto Clerziné como Garçon intentan con gran dificultad sacar adelante sus pequeñas escuelitas, ligadas a la parroquia. Algunas ayudas que se les prometieron en los días de después del terremoto nunca llegaron. Norvela adeuda algunos sueldos a sus profesores, pero lo cierto es que él ni siquiera tiene sueldo como diocesano: se espera que viva de lo que le den sus parroquianos. Y éstos esperan favores a favor de sus regalos: con arroz o pollo esperan ganar un sitio en la escuela para sus hijos. Todo es muy precario y cuentan sus problemas a la delegación de Manos Unidas que visita la zona guiada por el padre Fredy.
Los Testigos de Jehová, de color rosado
En la región vemos un Salón de los Testigos de Jehová: un edificio sólido, nuevo, con la misma estructura maciza y de color rosado que otros que hemos visto en Puerto Príncipe. Nos comentan que son relativamente nuevos en la zona y que sus edificios son iguales, clonados, en todo el país, intentando transmitir sensación de prosperidad.
La tradicional pulcritud en el vestir de los Testigos de Jehová y los mormones no sirve para destacar en Haití: aquí todo el mundo se pone elegantísimo para ir a la iglesia, y los domingos las selvas y caminos de cabras se llenan de zapatos relucientes, corbatas impecables y sombreros femeninos de mil formas y colores.
“Nos han invadido las sectas”
Pierre Poupard, el nuevo arzobispo de Puerto-Príncipe (el anterior murió bajo la catedral cuando el terremoto la hizo colapsar) distingue entre “sectas” y “protestantes serios”, pero no huye del lenguaje fuerte. “Después del terremoto hemos sufrido una gran invasión de sectas norteamericanas, con muchos recursos económicos. Los católicos han de vivir con la tentación, han de ser fieles, mientras a su lado hay grupos que ofrecen medios materiales si cambian su fe. Se parece a la época de las catacumbas, una cierta persecución”, denuncia el obispo.
Para distinguir las sectas de los “protestantes serios”, señala algunos elementos. “Las sectas insisten con la tentación del milagro, del Dios triunfalista, de las soluciones aparentes, las que ofrecen solucionar sobre todo tus necesidades materiales… Nosotros respetamos la libertad religiosa, pero no las falsas promesas. Y es importante apreciar el esfuerzo material, no solo recibir dinero o milagros. Las iglesias metodistas, episcopalianas, protestantes clásicos, etcétera… tienen la misma sensación que nosotros los católicos. Con esas iglesias podemos dialogar de forma sincera y abierta. Pero con las sectas no es posible dialogar”.
Otro criterio es la falta de autoridad e interlocutor. “Aquí cualquiera puede autodeclararse pastor espiritual. En este país hay 17.000 pastores y solo 800 curas; en cada esquina surge una secta, también en el campo. La Iglesia Católica sirve con discreción a las necesidades reales, materiales y espirituales, sin preguntar de qué religión eres. Salud, educación, vivienda… ayudamos a todos, mientras que las sectas solo ayudan a los suyos: ese es otro criterio”.
¿Y qué decir del vudú? ¿Es, como parecen sugerir algunos reportajes televisivos, la verdadera cultura y religión del pueblo haitiano?
“¿De qué vudú hablamos? Hay cinco distintos”
“El vudú es un culto doméstico, más que una verdadera religión”, nos explica el arzobispo. “De hecho, ¿de qué vudú hablamos? Hay al menos cinco variantes distintas en Haití: hay uno en el norte, otro en el sur, y el de otras zonas… Es un sincretismo de religiones animistas africanas y de la católica, que se formó por la deficiente evangelización de los esclavos. Y sigue enriqueciéndose con otras culturas. Pero no se ha podido crear un vudú unificado. Tiene algunos elementos que la evangelización puede recuperar, pero otros muchos son del todo descartables”, analiza Poupard.
Lo que salta a la vista es que algunos grupos sectarios de reciente llegada a Haití critican lo que hay (el vudú y el catolicismo) para animar a los haitianos a probar “lo nuevo”. En esa retórica, todo vale. Por ejemplo, decir que el terremoto es un castigo de Dios por el vudú… y ya de paso acusar a los católicos de ser “vudú y brujería camufladas”, o al menos de transigir con ella. Dirk, el técnico belga, asegura que ha habido personas apaleadas o expulsadas e incluso quemadas por sus vecinos conversos a las nuevas comunidades de protestantismo sectario, al ser acusadas de brujos o de practicar el vudú.
En Internet se pueden ver algunas webs que comparan el gesto de postrarse en el suelo de un rito vudú con el beso a la tierra que efectuaba Juan Pablo II en sus viajes, acusando a ambas cosas de ser lo mismo. Cuesta más encontrar las enseñanzas de Benedicto XVI contra la brujería en Angola y también en Benín, país origen del vudú que pronto visitará el Pontífice. La crítica católica tiene varios niveles: no a intentar contactar con espíritus, no a intentar pactar con poderes, no a buscar control y fuerza… y no a acusar de brujos y torturar con esa excusa a niños, ancianos y enfermos en general.
La misionera catalana Isa Solá, religiosa de Jesús-María que trabaja con amputados en Croix-Des-Bouquets, nos explica que la Iglesia Católica reaccionó de forma muy distinta al terremoto, y no buscó culpables, sino que habló del amor de Dios.
“Mucha gente sencilla se planteaba si el terremoto era un castigo de Dios, ´algo habremos hecho´, decían. Pero la Iglesia y los curas trabajaron con mucho esfuerzo para explicar que no era un castigo, para quitar el sentido de culpa, la idea enraizada en esta cultura de que el haitiano es malo, que merece castigo. Los curas haitianos predicaron del amor de Dios, y eso me ayudó. Los haitianos me enseñaron a decir a Dios "te alabo”, con sinceridad y ojos cerrados, a decir “estoy en tus manos”. Aquí nadie está enfadado con Dios; ninguno de los amputados de este centro lo está", afirma Isa Solá. Al final, Haití sí es una superpotencia espiritual.
TOMADO DE RELIGION EN LIBERTAD
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