Powered By Blogger

24 de abril de 2013

PARA REFLEXIONAR...

MUCHO MAS QUE UNA MONEDA



Aunque ya han pasado varias horas –casi un día– no puedo aún, aunque lo he querido, olvidar su carita triste y sorprendida. He cometido –inadvertidamente– un grave error.

Ayer viajé de Aguascalientes a Monte Escobedo, Zac., junto con un amigo Seminarista. Vine para visitar a mis tíos y primos. Y la intención es también, si se puede, visitar a una familia de Mezquitic, Jal. a la que quiero como propia. Para llegar hasta acá – desde Aguascalientes– hay que dirigirse primero a Zacatecas y luego pasar por Jerez y de ahí atravesar por Tepetongo, Huejúcar y finalmente Monte Escobedo. Este entrañable pueblo queda al pie de la Sierra Madre Occidental, en esta parte tan peculiar de la geografía nacional, en la que se entra y se sale –en cuestión de pocos kilómetros y minutos– entre los estados de Zacatecas y Jalisco. Es para mi en verdad placentero regresar una vez más y caminar por estas calles, plazas y parajes; así como visitar sus hermosas iglesias, observando la vida cotidiana de las personas de esta región, con la que estoy tan familiarizado y encariñado.

El camino es largo… Y no porque en realidad lo sea (menos de trescientos kilómetros) sino porque, la mera verdad, no me entusiasma en lo más mínimo el manejar… Además lo seco del paisaje hace que el recorrido aparente ser más pesado y difícil: no ha llovido aún. Sería mucho más cómodo (para mi) venir en autobús, sólo que se perdería mucho tiempo en las conexiones. La plática con Alex es amena y entretenida, pues como su antiguo párroco, lo conozco bien y hay además buena química y una amistad sólida.

Vamos recorriendo las carreteras y calles, observando las plazas y fachadas que ya nos meten o sacan de estos pueblos y ciudades; nos dejamos guiar por letreros y señales del camino; estamos alerta de la innumerable cantidad de topes que salpican las carreteras. Preferimos –porque no hay prisa alguna– entrar a las poblaciones que tomar los libramientos, para conocer (o reconocer) los puntos que vamos recorriendo. Se antoja ir siempre ‘pueblo adentro’. De pronto, en una esquina de la plaza principal de Jerez nos sorprende la inevitable luz roja del semáforo. Hacemos alto como corresponde. Por el lado del conductor se acerca –de pronto– un niño de no más de ocho años, bien armado con un atomizador y un artefacto limpia parabrisas… La verdad los míos están limpios, pues en la gasolinera los limpiaron muy bien… En repetidas ocasiones –desde detrás de los cristales cerrados– le digo con ademanes que no los limpie. Lo hace sin embargo. La verdad me irrita. ¡Bueno, ya qué! Queda peor que sí no los hubiera limpiado. Tal vez hizo lo mejor que pudo, apenas si alcanzaba los cristales. Pero eso me molesta. ¡Le dije que no! De todos modos voltea a verme esperando una moneda… Le doy una mirada dura. Me sorprende su mirada de profunda tristeza; por su mejilla izquierda, de su ojo entrecerrado, afectado con marcado estravismo, resbala una escasa lágrima… Veo su expresión –que ahora que ya ha pasado todo reconozco de dolor y humillación–… La luz cambia a verde, tengo que seguir. Arranco malhumorado.

Llevo el alzacuello y la camisa clerical. Peor. Tal vez por eso su mirada de profunda tristeza y decepción. Esperó –de seguro– en mí una reacción distinta al identificarme como ‘padre’. ¡Dios, no me porté con él como padre! Perdón de nuevo. Me porté como robot… lo traté como si fuera un elemento del ‘mobiliario urbano’ cual si fuera una lámpara o una cabina telefónica: fui hostil: no lo traté como persona. Esa reacción diferente que esperaba de mi, pues simplemente no se dio, no llegó. Perdón. Sí, tengo mis preocupaciones… Pero no me comporté como ‘padre’.

Reflexiono un poco. No puedo dejar de recordar su carita marcada por esa expresión de derrota lastimera, casi de duelo. ¿Cómo se llamará? ¿Tendrá papá? ¿Alguna vez su padre lo habrá abrazado con cariño? ¿Preferirá ‘limpiar’ vidrios en lugar de estar jugando? No lo creo. Me imagino su casa como un lugar donde falta todo, me pregunto cómo será su vida; me imagino que se llame Juan, José, Ricardo o tal vez más probable ‘Brayan’, como les ponen ahora a los niños. Lo más seguro es que su vida no sea en verdad ‘buena’, pues de lo contrario no estaría en una esquina tratando de ganar unas monedas. ¿Cuántas humillaciones al día iguales a la mía tendrá que vivir? No, no, el asunto principal aquí no es tanto si hay o no moneda de por medio. Ahora estoy seguro, el núcleo de esto es la actitud de los que nos cruzamos con este pequeño por esa plaza todos los días… O tal vez hoy está aquí y mañana acullá. Este niño no sabe nada del mundo conceptual de disciplinas tales como ‘autoestima o autoayuda’. Sin embargo –sin querer– he herido su pequeño e incierto mundo. No me deja de doler mi imprudencia, a pesar de que mi conciencia me consuela, diciéndome que falta en este acto una manifiesta voluntad –de mi parte– de hacer daño, para pode hablar de un pecado.

¿Qué futuro le espera a este pequeño? Ni su familia, ni el DIF, ni la Iglesia le han respondido, pues anda en la calle trabajando y exponiendo su integridad. Y sigo pensando y sintiendo: acumular humillaciones como ésta –o peores– lo más seguro, le hará tal vez en un futuro optar por la violencia… O por la depresión expresada en adicciones y conductas anti-sociales: sin querer y sin pensarlo he contribuido a que su mundo esté lejos de parecer un lugar mejor, que le ayude en su crecer como persona. Perdón.

En mi cabeza –un tanto revuelta– resuenan una y otra vez las palabras claras y precisas de Jesús: ‘Ay de aquel que sea motivo de escándalo para uno de estos pequeños…’ ¡Señor, por favor, prefiero no recordar lo que sigue porque es devastador!. Perdón. Y lo sé, ésto no es tanto asunto de moneda o no moneda, sino más bien de mi dureza, mi insensibilidad, mi falta de amor y de respeto hacia este pequeño. En forma egoísta y automática sólo pensé en mi, nunca en él. De nuevo perdón.

¡Lo sé! Perdón Señor otra vez, porque he apagado la mecha que aún humea… He roto la caña resquebrajada… He marchitado aún más un pobre corazón… ¿Qué importaría a fin de cuentas si el vidrio queda limpio o sucio? PERDÓN.

PBRO. ROBERTO SÁNCHEZ DEL REAL.

No hay comentarios:

Publicar un comentario