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28 de mayo de 2010

SACERDOTE EJEMPLAR DE AGUASCALIENTES

P. RICARDO MARTÍN DEL CAMPO ROMO


A SU MEMORIA


No era ya, ciertamente, un sacerdote joven; aunque estaba mucho más actualizado que muchos de nosotros y era más comprensivo que muchos de menor edad... nació en San Luis Potosí, S.L.P., el 29 de junio de 1940, casi cumplía los 70. Le encantaba hablar de un ranchito del que había salido su familia; tenía un nombre raro: “Tierra Ajena”, en el municipio de Encarnación De Díaz, Jal. El 8 de Diciembre de éste año cumpliría 44 de ministerio sacerdotal. Estudió en el Seminario de Montezuma y en la Universidad Gregoriana de la que se graduó con honores.



En la Diócesis de Aguascalientes, hablar del P. Ricardo Martín Del Campo, es hablar de un sacerdote entregado a su ministerio, de un excelente maestro, de una persona honesta, de una persona humilde y generosa. Es hablar de un ejemplo para las nuevas generaciones. Es hablar de un excelente amigo.

En otros ámbitos como la Universidad Pontificia de México –de la que fue Rector-- es hablar de un sacerdote que defendió los intereses de la Iglesia con valentía y honestidad desde adentro, aún en contra de vientos fuertes y mezquinos que buscaban la conveniencia propia y no el bien de la institución. Ricardo Martín del Campo Romo, seguramente el sacerdote más brillante de la Diócesis de Aguascalientes, en lo intelectual. En lo espiritual y lo moral dudo que alguien pueda objetarlo: Hombre de una sola pieza, hombre de un corazón indiviso: Sólo de Dios. Ocupó importantes cargos, sin buscarlos: Vicario General de la Diócesis, Vicario de Pastoral, Párroco, Secretario adjunto del CELAM, etc.

En 1993 llegué al Seminario Diocesano al primer año de Teológia. Y todos mis compañeros hablaban de él siempre con sumo respeto: había sido Rector del Seminario y por muchos años fue profesor de varias materias, sobre todo de corte teológico. No fue sino hasta el cuarto año cuando tuve la fortuna de que me diera una materia. Oí a mis compañeros decir con entusiasmo: ¡Nos va a dar clases Martín Del Campo¡. Sin demérito de los demás sacerdotes que fueron mis maestros debo decir que lo considero el mejor, junto con el P. Fray Eduardo Fernández Bárcena OFM, que me dió clases en mis estudios de Filosofía en Zapopan.

Tenía un raro don de enseñar sin aburrir. Lo aburrido lo hacía incluso ameno. Que fortuna la nuestra aprender de un hombre que no sólo había leído cientos de libros sino que además los entendía y los sabía exponer con maestría. Admirador –como yo-- hasta el fanatismo de Paulo VI. En una ocasión lo hablamos: Paulo VI el papa más brillante e incomprendido de la Iglesia contemporánea.

Hasta alguno de mis compañeros que no tenía muchas neuronas –palabras de él mismo-- le entendía y a la primera, y “eso ya es mucho decir”. Otro dijo: “Porque Martín Del Campo nos va a dar clase, por eso sólo, ya valió la pena el semestre”. Nunca hubo en sus clases el afán de lucirse, de decir “yo mando” “yo soy el que sabe más” “yo soy el maestro”. Nada, como un buen pedagogo explicaba en forma cristalina y simple. Me lo imagino como el joyero que tiene la habilidad de mostrar al ignorante la belleza escondida de un diamante, haciendolo girar con destreza a contraluz de los rayos solares, para que el espectador pueda admirar su brillo y aquilatar su valor con justicia. Así hacía con nosotros en clases y en la charla amistosa. Intelectual, no sólo porque supiera mucho sino porque los datos y circunstancias podía verlos con gran sentido de la perspectiva histórica. Y su perspectiva histórica por excelencia –aunque no lo mencionara abiertamente-- era La Historia de Salvación: Jesús El Señor. Y, antes que sentirse maestro se sentía y se sabía sacerdote.

Pero lo anterior no es lo más sobresaliente, según mi experiencia personal acerca de él. Tuve la fortuna de tratarlo en el Decanato, pues la que era su Parroquia –la de Santa Teresita-- colinda con la mía –El Señor De La Misericordia-- y por ello coincidimos en muchas ocasiones. Sosteníamos una graciosa disputa, en la que el asunto era quién tenía jurisdicción sobre los patos que viven en el parque “El Cedazo”, pues ahí los límites no son muy claros. Convenimos en que algún día haríamos una encuesta entre ellos para que, democráticamente, decidieran cuál parroquia preferían.

Me invitó al proyecto de un boletín mensual que se elaboraba entre varias parroquias. Siempre sus artículos excelentes, profundos y accesibles para nuestra gente. A pesar de ser un venerable párroco y yo un neófito, siempre que le pedía algún consejo me hablaba con una caballerosidad de admirarse: No me trataba como a uno de sus innumerables ex-alumnos sino como “colega” como “hermano”. Siempre respetuoso y afable.

  El 27 de Mayo –día de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, por cierto-- cuando por el P. Ricardo Veloz su sobrino supe la noticia de su deceso –aunque lo había visitado y se veía que su salud menguaba-- me sentí triste y recordé de inmediato una ocasión muy especial en la que sus sabias palabras me dieron el aplomo necesario para enfrentar uno de los más grandes retos de mi ministerio sacerdotal hasta hoy. Y esas palabras me sorprendieron sobremanera porque no esperas de un intelectual que te hable con fe profunda y humilde:

En Abril ó Marzo de 2006 se presentó el caso de una posesión diabólica en una persona de mi parroquia. Yo muy asustado, y con la esperanza de ser liberado de esa carga tan abrumadora, fui al Obispo –Dn. Ramón Godínez Flores Q.E.P.D-- y le expuse el caso. Después de interrogarme insistentemente sobre las manifestaciones y signos que se presentaban me dijo que me autorizaba para hacer el exorcismo. ¡Dios Santo¡ Me quería morir... yo fui para que mi obispo me quitara ese gran peso y, en vez de así hacerlo, Dn Ramón lo echaba sobre mi “oficialmente”. ¿Quién le dijo que yo quería hacerlo? ¡Por favor¡ Le expliqué una y otra vez que no tenía ni la santidad, ni la experiencia, ni la fe, ni nada para hacer frente a ese asunto tan raro pero tan abrumador. Dn. Ramón me dijo: “Si tiene todo eso, por eso lo hice párroco en cuanto llegó de Uruguay”. ¡Qué podía decir¡ Ni modo de renunciar a la Parroquia. Bueno, pues salí de su oficina como arrastrando un gran costal y seguramente estaba blanco porque cuando paso por la sala de espera y me ve el P. Ricardo, en una forma muy prudente y comedida, me pregunta si me siento bien y si puede ayudarme en algo. Pero lo expresa con un gran respeto y caridad.

Le conté cuál era mi “pequeño” problema. Me dice: “Roberto, yo le voy a pedir mucho al Señor por tí y hasta voy a ayunar para que te ayude. No tengas miedo; no se te olvide que cuando ejerces tu sacerdocio eres Cristo... eso es lo que significa in persona Christi, no lo olvides. El demonio te tiene a tí más miedo del que Tú le deberías de tener a él, por eso, porque eres Cristo en ese momento, por ello tratará de intimidarte. No temas, adelante El Señor está contigo porque eres sacerdote y porque tienes el mandato del obispo”. Esas palabras me devolvieron la paz. Gracias a Dios todo salió bien. El P. Martín Del Campo no sólo era sabio sino también un sacerdote lleno de fe. Sus sabias palabras me llenaron de seguridad.

El P. Ricardo sabía también reconocer el trabajo de los demás y siempre se negaba a la crítica estéril y malintencionada. Sabía alentar el trabajo de los más jovenes. Supo que en mi parroquia había hecho algunas evangelizaciones fundamentales y me dijo un día: “Te contrato para que en Santa Teresita hagas dos evangelizaciones” Con gusto las hicimos. Siempre le agradeceré que me alentó a seguir por ese camino de la evangelización. Siempre elogiaba el trabajo de muchos sacerdotes, ponderando sus cualidades. Promovía se reconocieran los dones y habilidades de los demás. Nunca hablaba sólo por hablar, nunca defendía intereses de grupo o camarilla, mucho menos personales. Y eso no es muy común en nuestro presbiterio de Aguascalientes, por desgracia.

Para el trabajo previo del III Sínodo Diocesano de Aguascalientes hizo su equipo en el que incluyó a sacerdotes y laicos de todas las carecterísticas habidas y por haber: jóvenes, maduros, recién ordenados. Tuve la fortuna de que me pidiera colaborar en esa comisión. Ahí pude tratarlo más de cerca y así surgió una buena amistad de la que siempre estaré agradecido con El Señor.

Podría escribir mucho más sobre él. En su Misa exequial en la Parroquia de La Purísima, presidida por nuestro Vicario General, el P. Raúl Sosa Palos, pues el señor obispo se encontraba fuera del país, se respiraba un aire de fraternidad sacerdotal muy especial: Un poco más de 90 sacerdotes estábamos unidos por él. Y seguramente muchos más hubieran estado presentes de haber podido. El templo parroquial lleno por familiares, amigos y fieles que le conocieron.

El Señor lo purificó en el sufrimiento de tres años sometido a cirugías, radioterapias, quimioterapias. También tuvo que sufrir en ese lapso la muerte de su hermano Rubén, de un sobrino y de su padre (Ramón) a quien él mismo atendió con gran caridad y que murió de más de cien años de edad. Siempre con entereza y consciente de estar en las manos de Dios. El justo probado en el crisol del sufrimiento. El hombre que se sabe pertenencia de Dios.

Ojalá en nuestro presbiterio de la Diócesis de Aguascalientes hubiera aunque fuera uno más como él. Descansa en paz. Afortunadamente alcancé a decirle que lo estimaba y que era para mi y para muchos sacerdotes un gran ejemplo. Lo llevaremos en el corazón porque, sin quererlo ni mucho menos proponérselo, nos ha mostrado cómo se debe ser sacerdote de Cristo: Con el corazón lleno de Dios.


PBRO. ROBERTO SÁNCHEZ DEL REAL.

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