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5 de junio de 2012

RELATOS MEXICANOS I

COSAS DIVERTIDAS DE LA INFANCIA

COMIDAS Y BEBIDAS

Desde que me acuerdo, en mi casa se ha comido frijoles, tortillas, chile, arroz, leche, queso (del enchilado de Monte Escobedo, Zac.) café (me parece que era el ‘Legal’ de sobrecito rojo) y pan dulce; huevos hasta el hartazgo en sus 10,000 formas diferentes… Pollo hasta el cansancio, bistecs de res y en los tiempos especiales pozole, menudo, enchiladas, mole y pepián. Mi abuelita hacia un pepián increíblemente rico; molía las pepitas de calabaza en un metate a la vieja usanza. Pero mi platillo favorito era y es el espinazo con verdolagas. Aunque parezca increíble mi pan dulce preferido es la sema; no no, ¡nada de cuernitos ehhhh! todo derecho. Por cierto ya en ningún lado he encontrado una especie de birote dulce en ‘bola’ que era una delicia… Ahhhh y perdón para los que no son de mi tribu (tapatíos, edá!) el birote no es sino el bolillo.

Mi abuelo comía también ‘guaches’ y ‘temachaca’. A mi los ‘guaches’ nunca me gustaron porque te olía la boca como tres días seguidos… Me los comía para quedar bien ‘ante las autoridades domésticas’, pero nada más. La ‘temachaca’ si es de mi agrado, porque sólo eran unas ramitas que se hacían en caldito, como si fuera un té salado, con cebolla y jitomate. Como buenos mexicanos ‘de la prole’ (por ahí nos mencionó despectivamente la hija de un super-rico, con ganas de ofender, pero, para nada ofende ser de esa ‘gentuza’… Soy también de la prole… Amén) les decía, reconocemos lo sabroso de estos alimentos básicos del universo mexicano… Y no podía faltar el jocoque (uuuufffff, ahí si, ¡que asco!). Mi madre era enemiga pública número 1 de los refrescos; si en verdad querías que te borrara del Testamento y te quitara el apellido, bastaba con que le pidieras una coca… No te la acababas (ni la coca ni la carrilla y sus documentadas explicaciones de lo mortífera que es). Ella era feliz con sus sanas y nutritivas aguas frescas de limón, piña, papaya (guahhhhh! Vómito!) y sandía.

Cuando mi mamá no estaba, mi tía Mago (se llama Margarita, no crean que saca conejos de un sombrero) a escondidas, nos compraba un refresco, pero no de los malos malos, como la Coca o la Pepsi, sino de los buenos, de preferencia 7Up. Ahhh! Y también un rico Gansito Marinela… ¡Gracias Tía!. Por cierto a una prima le fascinaba la Lulú de frambuesa; a mi ese refresco me daba asco, por cierto…

Los señores ‘corrientes’ tomaban cerveza Estrella y los finos Corona. El Brandy Presidente era lo máximo y tomar tequila –obvio entre los adultos– era signo de que eras de lo más vulgar que había alguna vez respirado sobre la tierra. ¡Cómo cambian muchas cosas! Ahora tomar tequila es de lo más nice y la cerveza Estrella no es lo más corriente.

Mi golosina favorita era el ‘chocomilito Paquín’, cada sobrecito costaba sólo cinco centavos. El chocolate en polvo de estos sobres era tan fino que hasta algún compañero de la escuela se llego casi a ahogar. El otro día me regalaron una caja de ese ‘chocomilito Paquín’, nada que ver con los dulces de hoy tan llenos de pintura y sabores raros. Si tenías un peso (una fortuna) pues te podías comprar ¡20! Sobrecitos… El día ya por ese detalle había valido la pena.

En alguna ocasión –en Domingo– mi hermana Alicia y yo fuimos con mi madre a la Basilica de Zapopan a Misa.. Todos los Domingos le dábamos lata para que nos comprara un rico, suculento y azucarado churro. Bueno, pues la hartamos, y un día, al salir del templo, le pedíamos (con enjundia infantil) –a cambio de nuestra participación en la misma– que nos comprara el famoso churro. Y como siempre nos decía no, ese Domingo fue más clara (créanme que no se le dificultaba ser clara o directa y hasta gráfica): “No porque el viejo cochino que los hace, al mismo tiempo, se rasca ‘las naranjas’, se saca las velas, da el cambio, se acomoda el guarache derecho y luego así –sin lavarse las manos– hace los churros… ¡Está más limpia la popó de perro!”, remató. Yo me sonreía e imaginaba a los perritos callejeros haciéndole la competencia al señor de los churros con sus puestos, vendiendo a un lado de él… Y le decíamos que no era cierto, que era una exagerada como todas las mamás, y le rezongábamos, sobre todo mi hermana… hasta que de repente con una sonrisa maliciosa nos dice: “¡Pronto! ¡vean hacia donde está el viejo de los churros, apúrense¡” y efectivamente, coincidió que en ese momento el señor estaba en la profetizada parte en la que se rascaba ‘las naranjas’… Mi hermana abrió los ojos como platos, volteó a ver el piso como buscando algo y –así nada más– se vomitó… Y santa paz, nunca volvimos a dar lata con los churros. Desde ese día no me harían que me comiera uno. ¡Provecho!…

MI BISABUELA AGUSTINA

Hablando de otras cosas, situaciones y personas más agradables, no recuerdo en realidad si ya les conté de mi bisabuela Agustina, mamá de la mamá de mi mamá (¿Les explico el árbol genealógico? Ja ja ja ja) Ella era terciaria franciscana –siempre llegaba de la parroquia con su cuerda de tres nudos a la cintura y su escapulario café– muy tranquila, tarareando a la mejor la de ‘La Espiga dorada por el sol’ o ‘La Guadalupana’ o una rola parecida. Era muy cariñosa y agradable… Pero fumaba como tren. Siempre que estaba junto a ella me lloraban los ojos (no puedo entender por qué) pero era divertido verla ‘echar humo’… Sus cigarros preferidos eran los ‘Faros’ (no se si todavía existen). Cuando ella murió fue la primera vez que supe lo que le pasaba a la gente ya viejita… La muerte no la había visto nunca hasta que se llegó el velorio de ella; me impresionó verla en su caja de madera con los ojos cerrados y detrás de un vidrio. Tenía una dulce sonrisa que aún recuerdo con agrado… Cuando la estábamos velando pensé en vigilar el cajón muy de cerca, por si salía humo de adentro, claro en caso de que la abuelita se echara el último Farito.

CONVIVENCIA FAMILIAR Y PALABRAS ‘NUEVAS’

En alguna ocasión se hospedaron por varios meses en la casa una prima de mi mamá y su familia (era la tía Toña sus hijas Irma, Eustolia y un primo del que no me acuerdo su nombre) que venían de Monte Escobedo a quedarse en definitiva en Guadalajara. Me llamaron la atención varias cosas. A mis primas (Irma y ‘Tola’) la tía las peinaba estilo ‘colita de caballo al centro’. Las dejaba con el cabello tan estirado y apretado que poco a poco –con el paso de los días– sus facciones fueron tomando un sesgo oriental, con los ojos rasgados y casi imposibilitadas para reírse o hablar de tan ‘bien peinadas’. Si se reían mucho corrían el riesgo de arrancarse el cabello de lo apretado de la ‘cola de caballo al centro’.

Yo pensé por un tiempo que la ‘colita de caballo’ era sólo parte de la ornamentación femenina de mis primas, pero, un día, me di cuenta de que tenía también una función ‘práctica’: cuando corrían a todo lo que daban para salirse a la calle, esa colita servía para asirlas con fuerza evitando escaparan: mi tía con mucha energía les tiraba el agarrón y las atrapaba una a una… Luego mi tía –muy enmuinada– les gritaba: ‘Camionas, nomás ven la puerta abierta y ganan’… Yo me quedé intrigado en verdad:‘…¿y ganan?’, pensé: “¿Y qué es lo que ganan? ¿algún premio, es una rifa acaso?… Ya ahora entiendo que ese'y ganan' significa ‘y salen corriendo como si fueran ganado’. A mis 7 años yo pensaba que ganar era sólo sacarse un premio.

También un primo le decía a mi tía: ‘Amá, ¿Me recuerda a las seis? porque tengo que ir a la plaza’. Cuando iban a ser las seis yo iba a donde estaba la tía Toña para ver como ‘recordaba’ a mi primo. Pensaba que en ese momento pensaría –con mucho amor– en él… Pero no, lo que hacia la tía era despertarlo. Recordar = despertar.

Cuando alguna de mis primas no hacia lo que mi tía le mandaba le gritaba: ‘Anda babieca, pa’ eso estás buena, para hacer tus berrinches'. Babieca ¿Sería igual a pen…tonta?.

Cuando mi tía le mandaba a Irma, la más grande, que barriera la calle y no lo hacia, le gritaba: ‘¡Mira nomás, te voy a arreglar, argenuda!’. Mi prima ¿se descomponía? ¿argenuda sería algo así como floja pero en grado insuperable?. Palabras interesantes.

En una ocasión mi tía, en la noche, le mandó a Tola que fuera al patio por una ropa y ella dijo: ‘¡No amá, yo no voy, me da miedo!. Y mi tía le respondió: ¡Anda argollona!. Argollona, era entonces según deduje, igual a super cobarde y miedosa.

Luego una prima tenía su vestido ‘rompido’ ¿No quedamos con mi mamá que se dice roto? Mmmmm me hicieron dudar de mi correcto español citadino.

Una nueva prenda de vestir, que no conocía, eran ‘las pantaletas’ en el caso de las mujeres… Mmmmm siempre me dijeron que se decían calzones, pero bueno, pues hay muchos nombres para lo mismo. Los zapatos eran también ‘chanclas’ y ‘papos’.

Ahhh! Y la única ‘mala palabra’ que me decía mi abuela era ‘chivato’… Ahora de grande entiendo que el equivalente empieza con ‘c’ y termina en la sílaba ‘ón’. Mi abue siempre muy decente.

Luego les sigo contando… Saludos.

PBRO. ROBERTO SANCHEZ DEL REAL.

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