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20 de junio de 2012

RELATOS MEXICANOS II

MONTE ESCOBEDO, ZACATECAS

Monte Escobedo –Zacatecas– es una población mediana, ahora, de unos 5,000 habitantes cuando menos, enclavada en la entrada de la Sierra Madre Occidental. Ahí empieza la sierra de los huicholes. Tiene un clima frío y agradable y su principal actividad económica es la ganadería. Le sigue el comercio. Goza de un buen nivel de vida, pues muchos de sus hijos ya regresaron de Estados Unidos con sus dolarucos, que han servido para abrir muchos comercios y micro-industrias… Ya hasta hay celulares. Las viejitas del Monte (nombre corto del pueblo) traen mejores tenis que el cholo más curro de Aguascalientes o Guadalajara, pues se los mandan sus hijos y nietos que están en ‘el otro lado’. Todo mundo tiene TV satelital, teléfono, ‘troca’, aparatos electrodomésticos y todas las comodidades de la ciudad. Las calles están adoquinadas y no falta el agua ni el drenaje. Es común oír hablar y gritar en Inglés, sobre todo en el tiempo del verano, cuando vienen de vacaciones los hijos y nietos ‘americanos’. Pero no siempre fue así.

UN VIAJE DE 16 HORAS DESDE GUADALAJARA

Allá por los 70’s, vivir en ‘el pueblo’ me pareció una experiencia interesante y muy diferente a la de vivir en la ciudad. Para llegar, desde Guadalajara, se hacía un viaje que duraba unas 16 horas… Tenías que llegar a Zacatecas y esperar al día siguiente para salir a las 7 de la mañana. Salías y pasabas por Jeréz, Tepetongo, Víboras, Huejúcar, San Rafael y finalmente Monte Escobedo. Al hacer este recorrido entrabas y salías de los Estados de Jalisco y Zacatecas varias veces. Para que tengan una idea de lo pesado de la travesía, desde Zacatecas Capital hasta el pueblo, era una distancia de apenas unos 150 kilómetros si no me equivoco: pero se iba por terracería unas ocho horas, en un ‘autobús’ pollero de ‘Transportes Zacatecanos’ (ya no existen ¡Bendito sea Dios'). Si estaba lloviendo, en tramos nos bajaban a todos del ‘autobús’ y los señores colocaban unos polines que iban a lo largo, para poder pasar aquel armatoste desvencijado muy lentamente, por ciertas curvas, en las que el agua había acabado con el camino. Eso se repetía unas tres veces. El viaje duraba mucho también porque se paraba a cada rato en cada pueblo, rancho, cerca o cruce de caminos. Las personas subían –y no es recurso literario– con costales, gallinas, chivos (chiquitos claro), elotes, ollas, braseros, escobas, trapeadores y una que otra maleta. ¡Dios mío! ¡Que bueno que no se aceptaban vacas a bordo!. Pero era divertido conocer ‘ese otro mundo’ tan cercano y a la vez tan misterioso y raro para un niño de 6 ó 7 años como Yo. Los paisajes –en el tiempo de la lluvia– eran hermosos, sobre todo a la puesta del sol.

EL ACONTECIMIENTO

Cuando iba llegando el ‘autobús’ por la calle principal y dando la vuelta a la plaza –con un ruido infernal de escape descompuesto– pasando por frente la Parroquia, todo mundo se asomaba por las ventanas y puertas, salían a las calles y caminaban hacia la ‘terminal’, que quedaba frente a la tienda donde estaba el teléfono (más adelante les cuento del teléfono)… El pretexto de salir e ir a la ‘terminal’ era ver si llegaba algún familiar. ¡Sí cóooomoooo nooooo! ¡No, pero a mi no me la pegan! Eso era puro chisme y arguende; iban para enterarse de quién llegaba, cuantas cajas y costales traía, qué ropa llevaba, si estaba más flaco o más gorda, si se veía más vieja o ‘nueva’, si había ido alguien a recibirlos (no fuera que necesitaran taxi, ¡tan grade el pueblo!, ja ja ja ja). Y los que llegábamos de Guadalajara éramos todos unos grandes personajes. Ja ja ja ja decir que alguien venía de ‘tan lejos’ era como conocer a quien ahora viniera de Australia o Japón… Recordemos que todavía no llegaba la televisión y no había –por la tarde– mucho que hacer. Pasaba la algarabía de la llegada del ‘camión’ y la mayoría se iban a Misa o a su casa a cenar.

VIDA DE TODOS LOS DIAS

Las calles todas empedradas y muy limpias, eso sí. En ocasiones los ‘polecias’ tenían que arrestar a alguna vaca que se estaba comiendo los rosales de la plaza… No sé como le hacen para no espinarse el hocico. Por eso mejor se optó por ponerle rejas al jardín para evitar esos sacrilegios vacunos. Cuando había un difunto, las campanas de la iglesia parroquial doblaban y todo mundo guardaba silencio y rezaba aunque fuera un Padrenuestro por el eterno descanso del muertito (eso es solidaridad cristiana) y por supuesto que la Misa se llenaba: todo el pueblo se hacia presente. Algo bonito de haber sido el primer nieto –y el primer sobrino– era que el Domingo me iba muy bien. Un día junte $ 20.00 y hacía dos pilas de monedas de a peso, de esas que eran grandes y tenían a Morelos. ¡Era ricoooooo! Todos me daban dinero: mi papá, mi abuelo, mi abuelita, mis tías; menos mi tío Ramiro que tenía apenas unos tres o cuatro años más que Yo y también era pobre. También tenía que pedir… Bueno yo no pedía, me ‘caía’ todo ese dinero, nomás por mi linda cara (acuérdense que fui franciscano y a humildad no me gana nadie).

MI VOCACIÓN Y LA COCA-COLA

Me gustaba mucho ofrecer flores en Junio, con mi listón rojo cruzado del Sagrado Corazón y mis zapatos nuevos para la ocasión. La Parroquia me parecía el lugar más bonito del Pueblo, y luego, claro, la plaza principal (bueno, no había otra). Mi primer Misa de a mentiritas la celebré en Monte Escobedo. La primera verdadera también. Mi altar fue una piedra enorme que estaba en la esquina de la casa de mis abuelos; el mantel una toalla nueva que me regaló para la ocasión mi abue y mi sotana otra toalla más chiquita que ella misma me anudaba al cuello. Era un “párroco” industrioso pues Yo mismo confeccionaba mis ostias ¡Nada me iba a detener!. Hacia las ostias de tortilla, recortándolas con una corcholata de Coca. No recuerdo que era el vino… Lo más seguro Coca también. De modo que puedo afirmar categóricamente que no todo lo que tenga que ver con esta bebida es malo: la Coca-Cola promueve las vocaciones sacerdotales… sin querer, claro, ja ja ja ja. Mi único feligrés era mi tío Ramiro (luego hace unos años me di cuenta que mi abue Toña le pagaba para que asistiera). Mi primer custodia para dar la bendición fueron las tijeras de mi abuelita, que tenía que dejar de coser porque su padrecito las necesitaba para la Misa. ¡Qué recuerdos!.

Y HUBO LUZ

En la Parroquia había una planta eléctrica que surtía de energía a todo el pueblo (bueno ya ven que la Iglesia nunca hace nada por la gente, según los que nos odian) pero sólo por unas dos horas: de las 8 a las 10 de la noche. En ese lapso todas las señoras planchaban y las más modernas (y flojas mi abuelita dixit) hacían sus salsas para la comida del día siguiente, en sus licuadoras que cuidaban más que a sus hijas. Cuando se acercaba la hora de apagar la planta, le bajaban a la luz dos veces y entonces todos los que estaban en la calle corrían y se iban rápido a su casa y a dormir.

COMUNICACIÓN SOCIAL

Recordemos que, en los 60’s y 70’s no hay internet. El medio de comunicación por excelencia es la carta y el telegrama. Y el teléfono es en verdad un gran privilegio.

Cuando sonaba el silbato del cartero, todos los ocupantes de la casa corrían a recibir la correspondencia. Sobre todo si estaban esperando que les llegara un cheque ‘del norte’. Pero no sólo corrían los ocupantes de la casa, también los vecinos ¿Qué tal que les llegara también a ellos algo?? No había bancos, pero podías cambiar tu cheque con los ricos del pueblo, que se quedaban con una comisión no recuerdo si de un peso por dólar… Los ricos cada vez más ricos y los pobres, buenas noches.

Volviendo a las cartas, cuando salían todos al oir al cartero, la verdad es que se querían enterar de quién escribía. Cuando llegaba un telegrama era mal augurio, pues se usaba casi sólo para cosas urgentes; y ¿Qué hay más urgente que la muerte o la enfermedad?. A nadie le gustaban los telegramas porque generalmente eran malas noticias.

En el Monte había un teléfono, con tres líneas ¡Por supuesto!. ¡Qué privilegio! Los de Mezquitic no tenían y venían desde allá para que les hablaran. El conmutador era de madera y la telefonista desarrollaba tremendos bíceps y deltoides pues tenía que darle millones de vueltas a la manivela desde que amanecía hasta tarde. Era muy común que ‘no hubiera línea’ sobre todo en tiempos de lluvia. Tampoco dudo que alguna vaca o burro mascaran –por accidente– algún cable en el camino del Monte a Jeréz. Para el teléfono siempre se hacía una fila enorme… Había quienes esperaban por horas una llamada o llamar; aunque llamar era muy muy caro. ¿Creerán Ustedes que mis primeras ‘malas palabras’ las oí ahí en el local del teléfono?. Era divertido escuchar, sobre todo a las viejitas, gritar como si estuvieran solas, sordas y en el cerro cuando hablaban… Y lo más curioso de todo: había gente que iba al teléfono –so pretexto de esperar una llamada– para escuchar las conversaciones de los demás… Era común que todo el pueblo se enterara de absolutamente todo porque el corresponsal del teléfono había divulgado lo oído en ese lugar. Si querías que se supiera algo, fácil: ve al teléfono y háblalo ahí. ¿Que El Monte estaba incomunicado? ¡Por favor!…

LA ESCUELA

Una etapa muy bonita… Estudié seis meses en Monte Escobedo, Zac. (en 1970) Era fácil y divertido. Me hice famoso por un pequeño acontecimiento; aparte de eso, era sobrino de tres maestras (las Tías Juanita y Ofelia, hermanas de mi padre, y Juventina, prima hermana). Salté a la fama un día en que la bandera estaba a media asta. Algún ignorante fue alarmado a la dirección a “avisar” que la bandera tenía ganas de dejar la escuela (¡Qué mal ejemplo con eso de desertar!) se quería ir con el ventarrón. Ese día, nos dieron los maestros, por medio del sonido “local”, después del recreo, toda una conferencia del porqué la bandera estaba a media asta (ja ja ja nada de que ya se estaba bajando poco a poco para luego irse cuando nadie la viera). Se celebraba el aniversario de la muerte de Emiliano Zapata. Nos dijo la directora: “Hoy la bandera está a media asta en señal de luto nacional, porque es el aniversario de la muerte, de un héroe, que tenía como lema la frase ‘Tierra y Libertad’ y que luchó por los campesinos. ¡Veamos! ¡Díganme cómo se llama ese gran hombre!”. Nadie decía nada… Silencio sepulcral. ¡Qué vergüenza ni los de 6to grado –que eran los grandes– supieron!. Yo no estaba seguro… Bueno si estaba seguro del nombre ‘Emiliano’… Pero el apellido no me checaba en mis archivos recientes, no tenía lógica… Pero, ¡Tenía que salvar el honor de la escuela¡… Me atreví y dije con voz fuerte: “Emiliano Zapato”. Ja ja ja ja… Sí, sí leyó bien: “Emiliano Zapato” (porque Zapata no tenía sentido si era hombre… Zapata termina en ‘a’ y es femenino y nuestro héroe tenía unos bigotes muy tupidos). Estallaron las carcajadas, de toda la escuela. Pero la directora me defendió “Este niño de priiiiimerooooo supo más que todos, toooodooooossss Ustedes, incluyendo a los de 6to. Se equivocó sólo en una letra… Démosle un aplauso”. y estallaron los aplausos… Y las sonrisas de diversión. Fui el niño inteligente de Primero… Fui famoso por unas semanas… ¡Claro, es listo como su abuelo¡ (decían los grandes) Mi abuelo Maurilio Sánchez Valenzuela, había sido Presidente Municipal con todo y que no había ido nunca a la Escuela y al parecer había sido bueno. Con esas vivencias, ¿Ustedes creen que no me iba a gustar la escuela? La adoraba.

PBRO. ROBERTO SÁNCHEZ DEL REAL.

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