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28 de junio de 2012

RELATOS MEXICANOS III

LA PRIMARIA

EL COLEGIO ISABEL LA CATÓLICA

De primero a quinto de primaria estuve en el Colegio Isabel La Católica. Y se preguntarán ¿Por qué no hasta sexto? Bueno en aquellos tiempos había un ambiente negativo contra los colegios particulares, impulsado por el gobierno de Echeverría: “No nos perjudicaaaaaa, ni nos beneficiaaaa sino toooodoooo lo contrario”. Por eso mi mamá me cambió a una escuela federal en sexto, para no tener problemas con el certificado. En ese Colegio estuvieron mi tío Manuel y mis tías Mary y Mago.

Este Colegio es de las Hermanas Refugianas Franciscanas. Queda en la cabecera municipal de Zapopan, en lo que es la Casa General de éstas hermanas, por la calle Libertad; y tiene un templecito muy bonito dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, en el barrio de ‘El Vigía’. El Colegio era en verdad bueno; recuerdo a varias religiosas, como la madre Silvia, la madre Elvia y la madre Carmelita. También había laicos trabajando como prefectos o maestros; a la maestra Irma le llamábamos ‘la gotita maravillosa’ por chiquita; ella era la típica maestra de sexto de Primaria, aunque mucho tiempo dió clases en la secundaria. En el Colegio había Kinder, Primaria y Secundaria. Y también había ‘mafias’ versión zapopana de ‘La Cosa Nostra’ siciliana. El ejemplo más representativo eran los Escatel. Yo creo que tenían el control del Colegio porque había uno de ellos en cada grado, en serio: desde Kinder, Primaria, Secundaria y la más grande era prefecta en Secundaria. Si te peleabas con uno de ellos ya te cargaba el payaso, porque eran como siete… Uffff. Otro botón de muestra de esas ‘mafias’ eran los Magaña. Creo que eran como cinco. En mi salón estaba Chayo que era más peleonera que su hermano que estaba en secundaria (y nosotros estábamos apenas en segundo de primaria); se le tenía más miedo a Chayo que a Luis (el grande). Y hay otros casos como los Reyes Zalayandía (ese es su apellido, en serio). Yo no se si a esas familias les cobraban las colegiaturas por mayoreo o por kilos.

DEPORTES EXTREMOS

Cuando estuve en primero de primaria, mi deporte favorito, al igual que de mis compañeros, era esquivar los balonazos que tiraban –y a matar– los de secundaria. El chiste de este deporte (aparte de que no fueras a perder la cabeza en el patio) era evitar ‘los retratos’ es decir que el balonazo te diera en plena cara. Creo que el ‘retrato más codiciado’ para los grandes era el de un niño o niña con lentes… Tal vez daba más puntos. También se comían todos los plátanos que existieran en el Colegio y, a la vuelta de las puertas o pasillos, tiraban las cáscaras, para que te cayeras… Te dolían más las carcajadas en plena cara y a boca de jarro que los porrazos que te dabas.

Otro deporte –ya más de nuestra edad– de los que estábamos en primero y segundo, era el pelearnos a “birotazos” con las infames tortas de frijoles “malolientes” que nos daban de parte de “la compañera” Ma. Esther, esposa de Echeverría, por medio del DIF que tenia otro nombre… No recuerdo si INPI o algo así (¿Instituto Nacional de Protección a la Infancia? Con eso de que Echeverría creo miles de organismos ya no recuerdo cuál es cuál). Nos mandaban también, venían en combo, una leche malteada sabor x, que nos servía para mojar a las niñas cuando nos peleaban, ja ja ja, así no nos podían acusar a los niños de que ‘les pegábamos’; no es lo mismo ‘pegar’ que ‘mojar’ ¿Verdad?; de que fuimos traviesos lo fuimos.

VARIOS DIAS

El día más difícil siempre fue cuando, cada mes por los rumbos del Viernes Primero, nos tocaba confesarnos… Siempre iba un franciscano de la Basílica. Mágicamente ese día el colegio estaba muy muy tranquilo. La capilla se llenaba de ‘santitos’. Todos con nuestras manitas juntas y nuestros ojitos de borreguitos inocentes. Pero, pasando el día de confesarse, todo volvía a la normalidad. Y nos seguíamos aventando, peleando, faltando con las tareas, hablando en clase… En verdad que los maestros eran héroes por aguantarnos. En la medida en que pasamos a segundo y tercero se nos fue quitando lo salvaje y fuimos más ordenados… Al menos en el salón de clase porque en el patio y en hora de recreo todo volvía a su estado natural (¿Animal?). A mi me gustaban mucho las materias de Historia y Geografía (era bueno para saber los países y capitales).

Pero el día en que nos tocaba la clase de Música nos sentíamos contentos y alegres. Nuestra maestra era muy diestra para el piano y tenía bonita y entonada voz: era chilena. Y nos enseñó muchas canciones mexicanas: La Cucaracha, El Ratón Vaquero, Adelita, dos o tres rolas de Cri-Cri… Con decirles que, gracias a una de esas canciones, una compañera tuvo ‘sobrenombre’: La Muñeca Fea. Éramos crueles a la hora de la carrilla. En Matemáticas nos divertíamos con la cantaleta de las tablas… 1 x 1, uno… Y así hasta el 10 x 10 ¿100?.

Y no lo van a creer, pero a mi me gustaba que me castigaran, porque el ‘suplicio’ consistía en que te mandaban a la dirección y ahí la madre Silvia (que era mi amiga) te ponía a hacer algo. Generalmente se trataba de limpiar un vidrio, que estaba más limpio antes de que lo limpiaras que cuando acababas. Y luego la madre me daba chocolates… Lástima que en cinco años sólo me castigaron como tres veces… Y me decía cosas (nombres): Robert Redford, Robert Bayner y Robert Kennedy (que era el que más me gustaba). Muy agradable estar ‘castigado’. Si acababas pronto del vidrio te mandaba a la tienda a comprar dos refrescos: uno para ella y otro para tí… Aunque el tuyo NO PODÍA SER COCA O PEPSI (de seguro que mi mamá le daba consejos) sino Seven Up, Lulú (¡asco!), Squirt o Caballito (¡Más asco!). Como pueden ver los castigos eran agradables. Y luego me decía: “Roberto, si quieres un chocolate, no es necesario que estés castigado”. Y tan tan; volvías a la vida ‘normal’, en donde toooodoooo mundo te preguntaba: “¿Qué te hizo la madre?”, yo les decía: “Me tuvo hincado toooodoooo el rato” (si les decía la verdad, de seguro iban a querer que los castigaran y se iban a terminar los chocolates, y pues no).

LA SOBREVIVENCIA EN LAS CALLES

Siempre los de las ‘escuelas’ nos molestaban que dizque porque los del Colegio ‘éramos ricos’. Una vez les grite, al punto de la rabia: “¡No somos ricos, pero nos bañamos tooodddoooos los días¡. Los de la escuela se quedaron callados y sorprendidos ante mi ‘elocuente’ discurso apologético y se fueron… De seguro que ese día no les había tocado baño y no podían rebatir a mis contundentes argumentos higiénicos. Yo tenía que caminar como nueve cuadras a la casa y como las Matemáticas no se me daban (por eso soy padre y no ingeniero) me iba repitiendo las tablas todo el camino. En más de alguna ocasión ‘los mugrosos’ de la escuela me corretearon por todos los improperios e insultos que les grité, acerca de su aversión al baño diario. Uffff! la verdad es que en esos días podría haber ganado una medalla olímpica. Ya no sabía si ponerme tenis o zapatos, por si se ofrecía correr de nuevo.

LLEGAR A LA CASA

Era una dicha llegar a la casa; tenía mi rutina bien definida: con ayuda de un montacargas bajar al suelo la mochila que pesaba como cien kilos (y eso que no llevaba todo), cambiarme el aburrido uniforme (camisa blanca y pantalón azul marino… Que falta de creatividad) por ropa ‘normal’, ponerme los zapatos viejitos (al fin descansar de los odiosos zapatos Canadá que duraban hasta que te daban tu cartilla militar), tomar agua (entonces todavía se podía tomar agua de la llave), ir a las tortillas; regresar y a comer los ricos platillos de mi abue… Luego ver al Tío Carmelo en el canal 4 (blanco y negro porque ‘éramos pobres’) y esperar a que ese señor aburrido –después de toneladas de comerciales de dulces– pusiera ‘Monstruos del Espacio’ y luego ‘Señorita Cometa’. Después de eso la tarea, salir una hora a jugar con los vecinos, meterte antes de las ocho, rezar el Rosario con mi abuelita, cenar y a dormir… aquellos tiempos fueron buenos.

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